LUIS PABLO BEAUREGARD

Siempre he creído que una de las maravillas del arte es el proceso creativo por el que atravesó el artista para plasmar lo que está frente a nuestros ojos. No me refiero únicamente al trabajo técnico que compone una obra de arte sino a lo que se inicia por la mera observación. Auguste Rodin, por ejemplo, tenía un detallado ritual. El escultor iniciaba con un boceto que después convertía en un modelo de arcilla. El francés había aprendido a observar la pieza terminada dentro del mármol antes de que uno se sus ayudantes clavara por primera vez el cincel sobre la piedra para revelarla. Es por esto que Rodin afinó a finales del siglo XIX un método que lo ayudó a trasladar a escala las proporciones de sus modelos de yeso.

Rodin solo perfeccionó el trabajo de varios siglos en los que los hombres habían hecho hablar a las rocas. Mucho antes de que Rodin iniciara una exitosa trayectoria que dejó una obra compuesta por cientos de esculturas estuvo Gian Lorenzo Bernini. El ingenioso napolitano aupado al parnaso de la historia del arte por una mezcla de un irrepetible talento y un poderoso grupo de patronos formado por pontífices y aristócratas italianos.

Una de las obras más famosas de Bernini es la que dedicó a su amante, Constanza Bonarelli. El busto, expuesto en Florencia, deslumbra a quien lo vea porque el artista logró crear movimiento con el mármol. La mujer de profunda mirada parece haber sido petrificada instantes antes de vocalizar una palabra. Sus labios entreabiertos dejan ver una lengua que podría estar paladeando una consonante. Además de la suprema técnica, esta obra es citada constantemente porque su historia trasciende los anales de la alta cultura para entrar en la nota roja. Bernini mandó a cortar la cara de Constanza con una navaja cuando se enteró que esta mantenía un romance con su hermano.

He tomado un rodeo para citar solo a dos hombres que han sabido ver formas dentro de los monolitos. No pretendo comparar aquí a PEÑALTA con Bernini o Rodin. Pero recuerdo bien lo que me provocó la primera vez que vi su obra en su estudio de San Ángel. Esas grandes placas de mármol generaron en mí reflexiones similares a las que he tenido frente a grandes esculturas.

No conozco obras similares a las de PEÑALTA. Sus piedras tienen la capacidad de la abstracción porque exigen al espectador en un mundo donde se mira pero no se observa. Parado frente a ellas uno puede quedar desamparado. Las vetas que recorren las placas a lo largo y a lo ancho ofrecen al mismo tiempo caminos para perderse o respuestas para encontrarse. Es esta aparente contradicción lo que hace su trabajo tan rico en significado para los ojos nuevos.

PEÑALTA propone un arte lúdico y sencillo, al menos en la superficie. Esto representa, para mí, una verdadera bocanada de oxigeno en una época donde sobran cuerpos de obra de artistas de pretendida complejidad y de arrogancia militante. Para apreciar sus obras no son necesarios dogmas artísticos o fervorosos contextos ideológicos. Solo es necesario ver y ser pacientes. Y, de pronto, todo se revela frente a ti.

Creo que uno de los aciertos del trabajo de PEÑALTA es que estimula la mente creativa, como hace todo el buen arte. Las figuras que el artista resalta manipulando con ácido las vetas de las rocas desatan un cosquilleo que invita a nuestra imaginación a aportar a la obra de arte. De esta forma nuestros ojos pueden adivinar lo que el artista se propuso cuando intervino el mármol, pero nuestra cabeza seguirá buscando figuras sugeridas o que solo están ahí para nosotros.

Los monstruos y figuras de PEÑALTA escapan por primera vez de la cueva de San Ángel. Todo ese universo —bidimensional y fantástico— abandonará el estudio del artista para ser mostrado por primera vez. La audiencia podrá darse cuenta entonces de que las palabras no son necesarias. Solo parado frente a la roca uno puede entender que la experiencia sensorial prometida es en verdad un banquete para los ojos. Confrontados ante ese mundo y observando con detenimiento se comprende finalmente que la obra en la roca deja de ser únicamente del artista y pasa a ser parte de nosotros. Se convierte en un secreto compartido.