SEMBLANZA

                                            SEMBLANZA

 

PEÑALTA

Nace en la Ciudad de México el 17 de octubre de 1963.

Casado, desde niño, con su actividad como artista. A lo largo del tiempo ha tenido una relación íntima con ella. 

Circunstancias de la vida impidieron que pudiera realizar estudios relacionados con el arte de la pintura.  Graduado de la Escuela Libre de Derecho, con especialidad en la Universidad Panamericana. Esa lejanía con los estudios de pintura generó desde entonces un profundo deseo de aprender,  practicar y estudiar esa rama del arte, y lo ha hecho de propia iniciativa con encendida pasión. Desde que tuvo el primer lápiz en la mano, no ha dejado de dibujar. Luego fueron los pinceles. Por ello, no existe una línea que separe sus estudios de arte con el desarrollo profesional como artista. Unos y otro, se entremezclan y confunden de la misma forma que lo hacen las vetas y tonos de una placa de piedra. De manera simultánea, ha recurrido siempre al estudio y lectura de libros relacionados con el arte.

Salvo su asistencia al taller del maestro Gilberto Aceves Navarro, sus estudios formales de pintura son tan básicos como los realizados por quienes pintaban en las cuevas de Altamira, Lascaux o Mulegé.

Su condición de autodidacta lo puede hacer elemental, tanto como una pieza de piedra. Por ello, festeja, y al mismo tiempo lamenta profundamente que sus estudios de arte se hayan quedado fuera de las instituciones de enseñanza. Esa, es quizá la veta que cruza su desarrollo como artista, y sobre la cual ha tenido que trabajar arduamente. 

Se entregó a una intensa búsqueda, de forma tal, que comenzó a disfrutarla casi tanto como lo que se puede gozar el propio descubrimiento. En su caso, el proceso creativo, per se, le resulta extasiante. A eso se debe quizá que haya transcurrido tanto tiempo internado en las ocultas excavaciones de su propia búsqueda. 

Hace algunos años, cuando esa paciente búsqueda se había convertido casi en una forma de vida, de pronto comenzó a descubrir con sus pinceles, con el mismo cuidado de un arqueólogo, los antiquísimos rostros y seres que viven en las piedras. A partir de ese momento se avocó a trabajar sobre este descubrimiento. Su trayectoria artística ha sido tan intensa como oculta. Un andar en solitario, lento, pausado, totalmente entregado a una búsqueda de muchos años y en la más absoluta de las libertades. Alejado hasta ahora de las exposiciones y convencido de que a ellas, sólo se debe llegar cuando se ha hecho un descubrimiento importante.

En esta larguísima búsqueda peñalta ha logrado, por fin, ese descubrimiento. Una serie inédita que se da a conocer ahora.
 


 
 
                                          MANIFIESTO

                                          MANIFIESTO

 

El arte es un sentimiento que, mediante el talento innovador de su creador, logra materializarse en algo perceptible por cualquiera de los sentidos. Evoluciona constantemente, convirtiéndose así, en el más efectivo y perdurable de los lenguajes.

En sus albores, el ser humano hizo uso de ese lenguaje pintando en la piedra de las cavernas en que habitaba. Así ha continuado sin cesar, comunicándose a través del arte, y lo seguirá haciendo mientras exista. En esta sofisticada época de mundos virtuales y de velocísimo avance tecnológico, sobreviene un impulso de regresar a lo más elemental. Constatar que el mundo real aún existe.

Por ello, en estos tiempos nuestros, descubro en la piedra un potente instrumento para expresarme a través de ella, de la misma forma en que lo hizo el ser humano en sus inicios. Trabajar sobre ella lenta, paciente y detenidamente, apacigua y reafirma. Es la mejor forma para recordar lo que somos.

Comienza así un esmerado diálogo con la piedra para desentrañar lo que quiere decirnos. Se irán descubriendo lenta y cuidadosamente las voces petrificadas que quedaron atrapadas durante tanto tiempo. Es gracias a este diálogo que irán surgiendo rostros vivos infundiéndoles aliento, esos mismos rostros de los que Anquises habló a Eneas en el mundo subterráneo.

Y surge entonces una pregunta, ¿se trata en realidad de un diálogo?, O quizá, más bien, sea un monólogo en el que la piedra hace las veces de sugestivo confidente, y en el que cada quien invocará sus propias historias, deseos, miedos y anhelos.

Brota un sentimiento que clama por salir, quiere liberarse, los pinceles tiemblan. Pero el maravilloso e interminable mundo incorpóreo de las ideas, los sentimientos y los conceptos, queda ahora subordinado a las condiciones que le impone el más elemental de todos los objetos: la piedra, que previamente cortada y debidamente preparada, nos muestra sus entrañas e historia. 

Todos quisiéramos que nuestra existencia fuera un lienzo blanquísimo en el cual pudieran ser plasmados nuestros muy personales ideales y aspiraciones. Sin embargo, la vida no es así. La vida de una persona es precisamente como una fría placa de mármol, pletórica de intrincadas líneas y tonalidades que se entrecruzan y mezclan, se continúan y se contraponen. Es precisamente de ahí, de donde cada quien debe comenzar a diseñar su propia existencia.

Podrá haber lamentos, autocompasiones, reproches por esa destrucción de proyectos y planes provocados por las impertinentes y tambaleantes vetas que desfasan e interrumpen; o bien, resignación primero, aceptación después y, luego de eso, el trabajo arduo para construir con y sobre ellas, los proyectos más deseados. Porque finalmente eso es la vida.

Ese sentimiento incorpóreo de la pareidolia ahora deberá encontrar la forma de salir de entre esa maleza de intrincadas vetas que condicionan y limitan. Y entonces, el pincel se hundirá en los pigmentos de aceite y luego, con el mismo esmero y cuidado de un arqueólogo, se desplazará incesante una y mil veces sobre los cortes pétreos, hasta descubrir a los seres que ahí han habitado desde hace mucho tiempo.

Las piedras de sílice se han convertido, ahora, en alfombras mágicas que han viajado en el tiempo, desde hace millones de años, y en un nanosegundo de la vida de esa roca, los pinceles encontrarán a esos seres, los liberarán, y entonces, la roca continuará su viaje con ellos, a través de los miles de millones de años que le faltan por vivir.

Acariciar la piedra deslizando los pinceles sobre sus venas petrificadas, buscando qué es lo que quiere decirnos, o quizá más bien, lo que queremos decir en estos tiempos nuestros. Ésa, es la mejor forma de impregnarla del prometéico olor humano, para constatar así, que el mundo real aún existe.

Otras cosas se verán al pasar el tiempo, pero la piedra inmortal seguirá ahí, siempre, en espera de historias que deben contarse.