JOSUÉ RAMIRÉZ

Descubrir en las vetas del mármol, la cuarcita,

el ónix, las humedades, las nubes,

entre el follaje un rostro, una figura, conlleva

a presentir una mirada que al vernos

nos provoca otra mirada, un ir al estar de vuelta,

un acercar una presencia, hacer presente

una ausencia fija de antemano, presentida,

animada por la línea que descubre su continuo,

su gesto, su sensible imagen suave

sobre la dura superficie de un corte

que el tiempo va tallando, es la memoria

esa figura sugerida, es el tiempo

que hace de la imagen la presencia humanizada

de la piedra es la mano que la ciñe a un dibujo ya presente,

ya iniciado por la naturaleza que encuentra en el humano

a su criatura, que Peñalta se descubre descubierto

y va en pos del trazo, con el pulso atento,

como si el grafito fuera un bisturí que lejos de cortar,

abrir, introducirse, lograra sellar, dar forma

a lo que ya está ahí, no petrificado por Medusa

sino queriendo tomar su forma visible,

presentida, como una ausencia que se materializa

gradualmente, en el espejo de la piedra, uniendo

por la línea los puntos que piden ser unidos,

descubiertos, porque la belleza es así cuando aparece

y una vez descubierta nos parece lógica,

tan clara y es deseo, mirada descubierta,

mirada por una imagen que conlleva a otra y a otra

dispuesta por el tiempo, en las entrañas de la Tierra,

y es, continuidad: ver lo que el otro verá y está escondido:

la ola contra el acantilado que va perforando rocas

y hace de la escultura la performance del tacto sensitivo

y por un momento nos sugiere que las piedras sienten.